El valle de Katmandú y los paisajes de Pokhara son el eje de esta ruta que cruza de este a oeste el país del Himalaya. Un viaje que descubre bellos templos hindúes y budistas resguardados por las cumbres más altas del planeta. Situado a los pies de la cordillera más alta del mundo, el Himalaya, el pequeño país de Nepa limita con India y Tibet.
Este paisaje que acoge las montañas más altas del mundo emociona al visitante y ha conformado el carácter rocoso, digno y amable de sus habitantes. Nepal puede dividirse en dos espacios geográficos: el valle de Katmandú y Pokhara, punto de partida de muchos de los ‘trekkings’ que abordan el Himalaya. Para comprender el espíritu de Katmandú hay que comenzar pasando el día en la céntrica plaza Durbar, en la que se alzan, en medio de una nube de vendedores, palacios reales y templos dedicados a diferentes dioses hindúes. En sus fachadas destacan esculturas eróticas que ilustran pasajes mitológicos.
Es la ciudad mejor conservada del país, sobre todo su plaza Durbar. El centro está poblado de templos guardados por grandes leones y decorados con relieves eróticos. De vuelta a Katmandú, hay que visitar Swayambhunath y Bodhnath, poblaciones que albergan dos de los templos budistas más destacados del país.
Los grandes ojos de Buda dibujados en la parte superior de la estupa de Bodhnath -a seis kilómetros de Katmandú son visibles desde lejos. La distancia entre Katmandú y Pokhara es de poco más de 200 kilómetros, que en minibús se cubren en unas ocho horas. Por el camino aparecen los verdes campos sembrados, los búfalos en libertad, los mercados, los túmulos con banderolas al viento, las toscas estatuas de dioses y las inmensas montañas. A Pokhara acceden, sobre todo, los apasionados por las montañas, quienes recaban información en el Museo Internacional de la Montaña. El pico Machhapuchhare no es el más alto de la cordillera del Himalaya (6.997 metros), pero su cima afilada se ha convertido en uno de los símbolos de Nepal.
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